miércoles, 27 de febrero de 2013

Interludio: Humo azul (1)

Mi nombre es Mat. Nací en los suburbios de Ravenstead, y a diferencia del resto de los pobres imbeciles a los que les ha tocado en suerte semejante maldición, yo no estoy marcado. No se como se las arreglaron para sacarme de allí, pero mis padres me colocaron en una familia del círculo medio. Nunca los llegué a ver, a si que no tengo porque agradecerles nada. Yo solo me he bastado y me he servido para llegar a donde he llegado. Nadie me ha regalado nada, y esa es la clave de mi éxito.

Mi infancia, por decirlo de alguna manera, la pasé entre peleas, notas ejemplares y algún que otro beso en los labios de chavalas con algunos años más que yo. Los profesores me adoraban, a pesar de que cada vez que algun alumno me miraba de manera que yo considerase incorrecta me lanzaba sobre él hecho un torbellino de puñetazos y palabrotas. Así me gané el miedo de mis compañeros, y del miedo empezó a llegar el respeto.
Por esa razón, y al saber que nunca podría intimidar física o psicológicamente a un adulto, me dedicaba a hacer gala de una labia exquisita y de unos modales perfectamente comedidos. Jamás llegando al mundialmente conocido estado de lameculos casposo, ya que los tipos que insisten en tener esa actitud de gilipollas sin personalidad solo pueden aspirar a una palmadita en la cabeza de vez en cuando y, si el pez gordo en cuestión es lo suficientemente narcisista como para tirarse un pedo en público y poner cara de satisfacción, un pequeño aumento de salario/libertades.

Si quereis que os diga la verdad, hasta que llegué a la Escuela Superior nunca me sentí realmente especial. Era consciente de mi inteligencia. Era consciente de mi ingenio. Era consciente de mi capacidad para relacionarme y de intimidar a todo aquel que se interpusiese en mi camino, pero tampoco llegué al punto de convertirme en un ser de absoluto egocentrismo ni a cantar a los cuatro vientos que estaba tocado por la mano de ese Dios al que todos esperamos ver tras la muerte. Y eso fue la clave para que desarrollase de manera sublime el arte del autocontrol y de la actuación. Al no darle importancia al hecho de ser tan perfecto, al menos de cara a la galería, la naturalidad hacía estragos sobre mis "enemigos" y me daba una grandiosa ventaja sobre ellos.

Ya por aquel entonces, y estamos hablando de la etapa que transcurre desde los 6 a los 12 años, me di cuenta de lo fácil que es manipular a una persona. No me refiero a una persona del montón, a la que el individualismo ha abandonado, si no a un individuo íntegro, con valores bien arraigados, cuya meta en la vida es ser feliz y hacer que el mundo lo sea, o viceversa. Por supuesto, es un ejemplo un poco estúpido, ya que el director Bratterson, del Colegio Público San Diego se limitaba a jugar al cricket los domingos y en echarle un polvo a su escuálida esposa de vez en cuando.

El creyó (bueno, más bien vió) tener a un joven genio, un poco atolondrado y caótico de vez en cuando, pero con buen corazón y sin duda con una mente increíblemente desarrollada. Y me ayudó de una forma impagable. Lo único que tuve que hacer fue sacar sobresalientes, destacar en toda materia posible y sacarme de encima la competencia de manera discreta y eficaz. La primera vez que cometí un asesinato fue a los 11 años, cuando el pequeño Jibb Crowtress empezaba a salirse de los gráficos y a ponerme en muchos aprietos para lograr la beca.

Bratterson me consiguió la beca para estudiar en la Academia Heppeny, una de las Escuelas Superiores más prestigiosas de todo el mundo. Mis padrastros estaban orgullosos de mi y mis hermanastros, celosos. Horace, el pequeño y malcriado Horace, fue mi segunda víctima. Descubrió ciertas sustancias... ilegales en mi habitación. Si hubiese decidido mantener la boca cerrada, tal vez mi psicosis habría acabado con Jibb, pero no fue así.

Pero me estoy adelantando a los actos, por supuesto. La historia de mi vida comienza un 8 de Marzo de 2057, en el estado de East Point, America Sur...

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