domingo, 30 de junio de 2013

Resolviendo el teorema (6): Conflicto de intereses.

Seguí a Tequilas por el angosto pasillo, túnel, o como querais llamarlo. Podría describirlo, pero la verdad es que era tan jodidamente horrendo que preferiría no hacerlo. Para que os hagais una idea, la idea de que el estilo barroco era sobrecargado es absurda en comparación con lo que mis ojos me mostraban. Armarios, visillos, mecedoras, lámaparas de estas de lava de los años hippys... vamos, una orgía de mal gusto y carcomas. Encima olía a gato mojado.

Caminar entre semejantes ejemplares era un auténtico suplicio. Cada vez que daba un paso me golpeaba en el pie o en los cataplines. Tequilas iba a su rollo, tambaleándose de vez en cuando, pero con paso fluido y esquivando los muebles que se apilaban sin ningun tipo de orden concreto. Me dí cuenta de que tenía una botella de absenta en la mano. De vez en cuando le daba un traguito, seguido de una risa histérica y caballuna que, sinceramente, me puso los pelos de punta y me excitó a partes iguales.

El corredor era bastante largo, y cuando le pregunté a Tequilas que si faltaba mucho, me respondió con un eructo que hizo temblar el ya de por sí inestable túnel. Con un suspiro, seguí andando a trompicones, sin quejarme ni una sola vez a pesar de que tenía las espinillas hinchadas y negras de tanto hostiarme con los muebles.
Mientras andábamos, mi mente divagaba. El principal tema que me preocupaba era el jodido asunto de las aceitunas con anchoa que había dejado en mi nevera. No sabía si caducaban ese día o aun tenía tiempo de sobra para volver a casa y comérmelas. Secundariamente, me preguntaba sobre el resultado de la quiniela de la jornada pasada, que no había podido ver debido a que Timmy había roto el aparato de TDT en un berrinche por el control de la balda de abajo del baño.
Esa balda siempre ha sido mía. Incluso cuando mis padres vivían conmigo. Se quejaban de que no les dejaba espacio pero yo siempre les dijo que cuando se independizasen de mí, podrían poner en su baño todas las baldas que quisieran y poner ahí sus cosas. El día que se marcharon me dio mucha pena... crecen tan deprisa...

El caso es que Timmy me jodió el TDT por no dejarle colocar su pomada contra las almorranas cósmicas en mi balda. Y mira que tenía espacio el muy cabronazo. Siempre era muy caprichoso con esos temas. Hasta que no se apropió de mis bollicaos no dejó de tocar la armónica, sabiendo que el sonido de la misma me pone de los nervios y me vuelve un poco desequilibrado mentalmente.
Total, que no pude ver el resultado de los partidos antes de meterme en el fregadero.

El fregadero... mi casa...

- ¡¡Hostia puta!! - Exclamé llevándome las manos a la cabeza.

A Tequilas casi le da un infarto. He de decir que yo cuando grito mi voz se vuelve estridente y grave a la vez, como distorsionada. Pocas personas son capaces de soportarla. Y la pobre Tequilas, con la cogorza que llevaba, debió de pensar que el monstruo del averno que según ella llevaba persiguiéndole desde que tenía cuatro años le había alcanzado por fin. Se dió la vuelta, me miró, puso los ojos en blanco y se cayó al suelo. Bueno, al suelo no. Cayó encima de una mesa de la época victoriana. Juraría que era igual que la que tenía en casa y que había robado del Ikea con ayuda de Chopeos.

Nada más caer Tequilas, el techo tembló y empezó a derrumbarse. Un trozo de yeso me dió en la cabeza al desprenderse. Que dolor, joder. Parecía que estaba destinado a llevarme todas las leches posibles durante mi aventura por el fregadero. Cogí a Tequilas, me la eché al hombro y empecé a correr como alma que lleva al diablo. Ni que decir tiene que me caí unas cuantas veces en mi desesperado intento de atravesar el puñetero pasillo. Me cagué en los antepasados del creador de semejante aberración visual y juré que, si algun día me cruzaba con él, me iba a oir. No tardé mucho en encontrármelo... pero eso se verá más adelante.

El techo caía y caía, dándole a mi huida una imagen muy dramática. Lástima que con el ímpetu de la carrera mis pantalones de habían rasgado de tal manera que ahora mi aspecto era el de un secuestrador de manzanas Taiwanés con serias dudas sobre su sexualidad. Al ver el final del túnel, lancé a Tequilas por encima de mi cabeza y salté detrás, justo cuando el corredor terminaba de derrumbarse, sellando la salida justo detrás de nosotros.

Caí encima de Tequilas, apoyando mi mano derecha sobre su frente y mi mano izquierda sobre su tobillo. Eso hizo que se despertase al instante. Me miró con ojos furiosos y, con un golpe de hombro que habría dejado como una maricona a un neocelandés haciendo la haka, me desplazó unos veinte metros hacia la pared, contra la que me golpeé con dureza.

- Me cago en Piolín... - Me quejé con voz queda.

Tequilas se levantó muy dignamente y señalándome con los dos dedos corazón, me berreó que su tobillo especial no se lo tocaba nadie, excepto su peluquero, y solo cuando iba tan bebida que no se podía ni tener en pié. Despues me pidió perdón y me ayudó a levantarme mientras lloraba y apuraba lo poco que le quedaba de abstenta.

- ¿Por qué cojones has gritado de esa manera? - Me reprochó - Pensaba que el puto monstruo me había localizado por fin... - Se estremeció y se hizo bola en el suelo.

Lo recordé de golpe.

- Perdona, pero es que acabo de recordar... joder, he dejado mi casa a merced de los imbéciles de mis amigos. Me temo lo peor...

Tequilas hizo un gesto desdeñoso.

- Yo tenía una casa. Pero la quemé. Había gente dentro. Fue muy divertido - Su sonrisa de maníaca no me daba buena espina, pero asentí.
- Sí, quemar gente está bien, pero no en mi casa. Es muy importante para mí. Además, es ahí donde está Timmy y mi objetivo es sacarle como sea. O al menos que me pague un alquiler decente.

Tequilas se levantó.

- Continuemos pues. Ellos te esperan.
- Pero... ¿quienes son ellos?. Necesito saberlo.
- Lo sabrás cuando los veas. Tendremos que ir muy lentos, les gusta la puntualidad y vamos adelantados. Te iré contando mientras como quemé a aquellos niños. Era un día...

Me cogió del hombro y seguimos avanzando mientras me contaba su perturbadora historia. Pero yo no podía evitar pensar... ¿Que estará ocurriendo allí arriba?

martes, 4 de junio de 2013

Las Luisas.

Hace tiempo que no cuento esta historia. Será por que ya se la saben todos mis amigos, porque mi versión es tan absurda que roza lo psicótico o porque ya no recuerdo bien los detalles y me da pereza reconstruirlos, pero hoy quiero hacer una excepción.
Y quiero hacerla porque no he dormido esta noche. Que cosa, que tío tan fuerte y valiente, que no duerme... es el más malvado de Blogger me direis haciendo gala del sarcasmo más rancio y casposo que podais mientras esbozais una mueca de desagrado.
Pues que sepais que cuando no duermo me sale una vena creativa de no te menees y me entran ganas de pintar huevos de pascua. Y como no tengo un duro y los huevos son prácticamente la única comida que me queda en el frigorífico, me pongo a escribir. Y de ahí que me apetezca contar de nuevo la célebre historia de Las Luisas.

En este caso, los protagonistas somos yo, el ya mencionado en anteriores relatos de Reflexión Sr. Azul y dos nuevas incorporaciones: El Sr. Gruñón y el Sr. Ciclado.

Era Agosto. No un Agosto cualquiera. Era el Agosto de mis 20 años de edad. Todo me iba de perlas por la vida. Trabajaba, estudiaba, tenía una novia preciosa, un grupo de amigos extraordinario, unos padres indulgentes con mi dixlesia congénita y me empezaban a salir por fin los primeros pelos púbicos. La vida me sonreía, y prueba de ello era que aun vivía con mis padres y estos, en un voto de confianza supino, me dejaron la casa para mí durante nada menos que 15 días.

Imaginaos lo que es esto... partidas de parchís, música clásica en el comedor, estudiar solo 3 horas en vez de 5 diarias... en fin, la buena vida del joven sano y elegante. El gran problema que tenía es que la primera vez que invité a mis amigos a casa conseguimos pintar las paredes de la cocina con wishky y granadina (el gilipollas del sr. Marvin encendió la Thermomix sin tapa), quemamos el suelo con carbón, dejamos al sr. Fémur encerrado en el baño, robamos un extintor y rociamos a todo ser vivo que pasaba por nuestro lado... en fin, lo peor que uno se pueda imaginar ocurrió. Así que me decidí a hacer una reunión breve y concisa en mi casa con mis tres amiguetes para despues proceder a salir de juerga por Huertas, cuna de adolescentes inocentonas que buscan su primera borrachera sin pelarse el culo de frío en un botellón y de treintañeras desesperadas por pillar marido y que solo quieren peinar una cabellera sin canas. ¿Planazo? Ya lo creo que no. Encima era Martes. La noche se avecinaba peligrosa... y vaya si lo fue.

Para empezar, el sr. Ciclado, que por aquel entonces era el sr. Pitufo, se acercó a mi casa el primero para aprovisionarnos de bebida y drogas variadas. Nos acercamos al chino del farrio y compramos las botellas pertinentes. Para pillar tabaco nos tuvimos que meter en un pub cuyo cartel rezaba DISCO LATINO CHILI de aspecto bastante amenazador.

Veamos, yo tengo apariencia caucásica. Es una manera elegante de decir que soy más blanco que la nalga de una monja. Encima en verano me vuelvo rubio y mis ojos pierden pupila para convertirse en puntos azules. La gente tiene pesadillas despues de verme. Pero el sr. Pitufo es una especie de híbrido entre un puertoriqueño y un congolés, así que encajaba a la perfección. Se quería echar unos billares con unos tipos bastante siniestros y con aspecto de proxenetas mientras yo me bebía mi masculino Manhattan desde una esquina y recibía miradas lascivas de la camarera, la simpática Wendy Culoynadamás. Pensaba que mi pobre Al Capone se iba a ver forzado a realizar el coito, pero gracias a Buda el sr. Pitufo y yo tuvimos que salir por patas cuando los proxenetas quisieron vendernos como artículos de lujo a un par de pintorescos turistas afroamericanos.

Llegamos a mi casa con todo y empezamos a beber. La noche era joven y cuando llegaron el sr. Azul y el sr. Gruñón ya teníamos el punto perfecto. Ellos ya venían servidos, pero apuramos un rato más. Al rato nos sobresaltamos al mirar la hora. Eran las 2 de la mañana.

Duda existencial del borracho. ¿Vas de juerga a por pilinguis o te quedas en casa de tu colega bebiendo y sin posibilidad de mojar el pizarrín? Obviamente, quisieron lo 2º, a sabiendas de que Huertas a las 3 está más vacío que una proyección de Bigas Luna.

Nos pusimos en marcha. La calle de los gitanos nos entretuvo un rato, ya que el sr. Pitufo se empeñaba en chocarse contra todas y cada una de las puñeteras fragonetas que había en la carretera mientras vociferaba "ayy paaaayo quemestreeesas". Empezaba a tener serias dudas de que llegásemos a la parada del búho sin que nos hubieran pegado unos cuantos navajasos (léase con voz latina).

Pero lo logramos, y justo cuando llegaba el autobús. No lo cogimos de milagro, como es normal, por lo que debíamos de esperar los 15 minutos de rigor (que se convierten en 3 horas en mentalidad de chuzo). Nos subimos en el siguiente y llegamos a Huertas sobre las 03:07 de la madrugada.
El panorama era desolador. Ni un puto bar abierto se vislumbraba. Pero rendirse es de cobardes, y nos dispusimos a bajar la calle. Fue entonces cuando las vimos.

Dejemos clara una cosa. Hay fotos. Y están subidas a alguna que otra red social. Yo no tengo Tuenti pero las he visto. Y es bochornoso. Pedídselas a otro, yo no pienso caer en tamaña tentación.

Dos mujeres nos esperaban a poco de ir caminando. Eran dos mujeres jóvenes, de nuestra edad más o menos, e iban solas. Mejor no nos lo podían pintar. El sr. Gruñón y yo nos miramos y nos comunicamos telepáticamente, de modo que nos coordinamos a la perfección. Nos abalanzamos sobre nuestras presas cual buitres sobre la carroña y nos presentamos con la delicadeza propia de los jóvenes ebrios desesperados por echar un polvo.

Las dos chavalas:
- Eran francesas
- Se llamaban Louise
- Estaban borrachas
- Parecían limpitas
- Se reían demasiado
- Eran inocentes o casquivanas
- Se morían de ganas por salir de juerga
- Era su penúltimo día en Madrid

¡¿Que más quieres que te dé, Sandro?!

La noche nos sonreía, nos volvía locos. El plan sería llevarlas a mi casa y que el sr. Azul les aplicase un Menage-a-trois táctico a base de vodka (que era lo que ellas bebían) ya que el resto de nosotros tenía novia. Por supuesto, yo ya planeaba grabarlo todo y subirlo a alguna página de guarrillas para hacerme rico. Siempre he sido muy emprendedor con eso de lucrarme a costa de otros pardillos.

Las Luisas tenían el hotel relativamente cerca pero yo insistí en que vinieran ellas a mi casa. Despues de todo, eran nuestras invitadas y se merecían lo mejor. Aceptaron. Podríamos haberlas descuartizado, ser unos psicópatas o unos peligrosos secuestradores, pero ellas aceptaron. Buda nos estaba haciendo el favor del siglo. Algo malo tenía que ocurrir.

Cuando llegamos a mi casa, las depositamos en la habitación y fuimos a por las copas mientras ellas se ponían cómodas en la cama. El sr. Gruñón temblaba como un flan de huevo y se regodeaba con el plan: primero estaríamos todos de risas y nos iríamos yendo uno por uno hasta que solo quedasen los tres tortolitos. No podía fallar, estaba cantado que algo iba a ocurrir. En el caso de que se negasen, yo cogería a una de ellas y me la llevaría para que al menos hubiese coito entre el sr. Azul y una de las Luisas.
Pero Buda es caprichoso. Lo que te da, te lo quita. Y cuando volvimos a la habitación, ocurrió lo que nadie se esperaba. Las dos se habían quedado fritas en la cama.

Caras de desconcierto se quedarían cortas. Improperios y maldiciones se quedarían cortos. Y la erección... pues claro, desapareció por completo. Dejamos las copas en la mesilla de noche e intentamos consolar al sr. Azul, que se mecía en el suelo con la cara entre las rodillas y las piernas abrazadas en un intento vano de alejar las ganas de llorar.

¿Que podíamos hacer? Pues lo más lógico. Nos bajamos los pantalones y nos hicimos una foto en la ventana, mirando al horizonte, con nuestros culos al aire representando la soledad en el corazón, la impureza del alma impía y los zurraspos que surgen a la mañana siguiente de una cagalera de caballo. Quedó preciosa. Aun recuerdo esa foto, y otras muchas que me horrorizan y me repugnan.

Dimos por acabada la noche. Craso error. Uno de nosotros, no diré cual (no fuí yo) se metió en la cama entre las dos Luisas y bramando cual elefante en celo, dijo que la esperaría en pose sexualmente atractiva hasta la mañana siguiente. Las gabachas iban tan jodidas que no se despertaban ni a bombo y platillo, y el resto, temiéndonos lo peor, salimos de la habitación y cerramos la puerta, no sin antes echar una última ojeada temerosa a la cama. Allí estaban los tres, las mujeres roncando y en postura de ballena envarada en una playa de guijarros y nuestro amigo con los ojos brillantes, desafiantes, en una postura grotesca y de mal gusto, justo entre las dos.

Nos despedimos entre nosotros y nos fuimos a la cama/sofá/retrete a dormir.

Al día siguiente, mi cabeza amenazaba con estallar. No recordaba demasiado en primera instancia, pero lo que habíamos vivido la noche anterior no se olvida facilmente. Los flashes me fueron llegando, cada uno más intenso que el anterior, y me produjeron unas sensaciones de repulsión y morbo incomprensiblemente juntas. Me acerqué a mi habitación, donde me temía encontrar algo feo. Algo muy feo. Y lo ví.

El imbécil que se había metido en la cama con las Luisas estaba solo. Bueno, tal vez no tan solo, pues su cimbrel apuntaba al cielo, emulando la estatua de Colón. Allí están las Indias, parecía decir. No había rastro de las dos mujeres. Supongo que salieron a hurtadillas al despertarse con semejante imagen a sus lados. Habría pagado mucho, muchísimo dinero por ver la expresión de sus caras al encontrarse con semejante ordinariez, pero me temo que nunca sabré que ocurrió en realidad.

Lo que si que es cierto es que podrían haberme desvalijado la casa, y no lo hicieron. Eso siempre quedará para el recuerdo. La honradez y la humildad. Que Buda las bendiga.

Una noche peligrosa, sin duda. Preparé cuatro colacaos y el sr. Azul, el sr. Pitufo, el sr. Gruñón y yo brindamos por la vida, por la victoria, y sobre todo, por saber aceptar una derrota. Uno de ellos aun seguía feliz en el bajovientre. Al igual que lo que nos ocurrió a nosotros, siempre os quedareis con la duda.


De paseo por aquí. XXX.



lunes, 3 de junio de 2013

Los tres ejes de las mujeres (y otras teorías sobre el amor). INTRODUCCIÓN.

Para empezar, he de presentarme. Mucha gente me conoce cómo el señor Simpático, a si que a partir de ahora utilizaremos ese pseudónimo tan peculiar para dirigirnos a mi persona. Soy un hombre de mediana edad que ha vivido muchas experiencias, buenas o mejores, en esta vida, y me siento en deber de informar/educar/ilustrar a los presentes con mi sempiterna sabiduría.

Dejemos claros cuatro puntos antes de empezar.

- Esto es un documento de carácter educativo. No se tiene que tomar de manera ficticia, cómica y/o narrativa. Es una guía dirigida al público medio-joven con el objetivo de enseñar a los pobres imbéciles a desenvolverse con agilidad en sus quehaceres cotidianos.

- Cualquier persona que se sienta ofendida puede cerrar el navegador o cambiar de pestaña. No es obligatorio seguir hasta este punto, lo que no quiere decir que sea sumamente recomendable.

- Una vez empecemos con el planteamiento de los tres ejes del amor, lo más posible es que empeceis a tener dudas. Rechazadlas. Solo aquel que este abierto a la felicidad eterna es capaz de comprender cuan útiles son.

- Las teorías son perfectamente aplicables a partir de este mismo instante. Sin excepción. Y cuanto antes, mejor.

Sin más dilación, empezamos.