martes, 4 de junio de 2013

Las Luisas.

Hace tiempo que no cuento esta historia. Será por que ya se la saben todos mis amigos, porque mi versión es tan absurda que roza lo psicótico o porque ya no recuerdo bien los detalles y me da pereza reconstruirlos, pero hoy quiero hacer una excepción.
Y quiero hacerla porque no he dormido esta noche. Que cosa, que tío tan fuerte y valiente, que no duerme... es el más malvado de Blogger me direis haciendo gala del sarcasmo más rancio y casposo que podais mientras esbozais una mueca de desagrado.
Pues que sepais que cuando no duermo me sale una vena creativa de no te menees y me entran ganas de pintar huevos de pascua. Y como no tengo un duro y los huevos son prácticamente la única comida que me queda en el frigorífico, me pongo a escribir. Y de ahí que me apetezca contar de nuevo la célebre historia de Las Luisas.

En este caso, los protagonistas somos yo, el ya mencionado en anteriores relatos de Reflexión Sr. Azul y dos nuevas incorporaciones: El Sr. Gruñón y el Sr. Ciclado.

Era Agosto. No un Agosto cualquiera. Era el Agosto de mis 20 años de edad. Todo me iba de perlas por la vida. Trabajaba, estudiaba, tenía una novia preciosa, un grupo de amigos extraordinario, unos padres indulgentes con mi dixlesia congénita y me empezaban a salir por fin los primeros pelos púbicos. La vida me sonreía, y prueba de ello era que aun vivía con mis padres y estos, en un voto de confianza supino, me dejaron la casa para mí durante nada menos que 15 días.

Imaginaos lo que es esto... partidas de parchís, música clásica en el comedor, estudiar solo 3 horas en vez de 5 diarias... en fin, la buena vida del joven sano y elegante. El gran problema que tenía es que la primera vez que invité a mis amigos a casa conseguimos pintar las paredes de la cocina con wishky y granadina (el gilipollas del sr. Marvin encendió la Thermomix sin tapa), quemamos el suelo con carbón, dejamos al sr. Fémur encerrado en el baño, robamos un extintor y rociamos a todo ser vivo que pasaba por nuestro lado... en fin, lo peor que uno se pueda imaginar ocurrió. Así que me decidí a hacer una reunión breve y concisa en mi casa con mis tres amiguetes para despues proceder a salir de juerga por Huertas, cuna de adolescentes inocentonas que buscan su primera borrachera sin pelarse el culo de frío en un botellón y de treintañeras desesperadas por pillar marido y que solo quieren peinar una cabellera sin canas. ¿Planazo? Ya lo creo que no. Encima era Martes. La noche se avecinaba peligrosa... y vaya si lo fue.

Para empezar, el sr. Ciclado, que por aquel entonces era el sr. Pitufo, se acercó a mi casa el primero para aprovisionarnos de bebida y drogas variadas. Nos acercamos al chino del farrio y compramos las botellas pertinentes. Para pillar tabaco nos tuvimos que meter en un pub cuyo cartel rezaba DISCO LATINO CHILI de aspecto bastante amenazador.

Veamos, yo tengo apariencia caucásica. Es una manera elegante de decir que soy más blanco que la nalga de una monja. Encima en verano me vuelvo rubio y mis ojos pierden pupila para convertirse en puntos azules. La gente tiene pesadillas despues de verme. Pero el sr. Pitufo es una especie de híbrido entre un puertoriqueño y un congolés, así que encajaba a la perfección. Se quería echar unos billares con unos tipos bastante siniestros y con aspecto de proxenetas mientras yo me bebía mi masculino Manhattan desde una esquina y recibía miradas lascivas de la camarera, la simpática Wendy Culoynadamás. Pensaba que mi pobre Al Capone se iba a ver forzado a realizar el coito, pero gracias a Buda el sr. Pitufo y yo tuvimos que salir por patas cuando los proxenetas quisieron vendernos como artículos de lujo a un par de pintorescos turistas afroamericanos.

Llegamos a mi casa con todo y empezamos a beber. La noche era joven y cuando llegaron el sr. Azul y el sr. Gruñón ya teníamos el punto perfecto. Ellos ya venían servidos, pero apuramos un rato más. Al rato nos sobresaltamos al mirar la hora. Eran las 2 de la mañana.

Duda existencial del borracho. ¿Vas de juerga a por pilinguis o te quedas en casa de tu colega bebiendo y sin posibilidad de mojar el pizarrín? Obviamente, quisieron lo 2º, a sabiendas de que Huertas a las 3 está más vacío que una proyección de Bigas Luna.

Nos pusimos en marcha. La calle de los gitanos nos entretuvo un rato, ya que el sr. Pitufo se empeñaba en chocarse contra todas y cada una de las puñeteras fragonetas que había en la carretera mientras vociferaba "ayy paaaayo quemestreeesas". Empezaba a tener serias dudas de que llegásemos a la parada del búho sin que nos hubieran pegado unos cuantos navajasos (léase con voz latina).

Pero lo logramos, y justo cuando llegaba el autobús. No lo cogimos de milagro, como es normal, por lo que debíamos de esperar los 15 minutos de rigor (que se convierten en 3 horas en mentalidad de chuzo). Nos subimos en el siguiente y llegamos a Huertas sobre las 03:07 de la madrugada.
El panorama era desolador. Ni un puto bar abierto se vislumbraba. Pero rendirse es de cobardes, y nos dispusimos a bajar la calle. Fue entonces cuando las vimos.

Dejemos clara una cosa. Hay fotos. Y están subidas a alguna que otra red social. Yo no tengo Tuenti pero las he visto. Y es bochornoso. Pedídselas a otro, yo no pienso caer en tamaña tentación.

Dos mujeres nos esperaban a poco de ir caminando. Eran dos mujeres jóvenes, de nuestra edad más o menos, e iban solas. Mejor no nos lo podían pintar. El sr. Gruñón y yo nos miramos y nos comunicamos telepáticamente, de modo que nos coordinamos a la perfección. Nos abalanzamos sobre nuestras presas cual buitres sobre la carroña y nos presentamos con la delicadeza propia de los jóvenes ebrios desesperados por echar un polvo.

Las dos chavalas:
- Eran francesas
- Se llamaban Louise
- Estaban borrachas
- Parecían limpitas
- Se reían demasiado
- Eran inocentes o casquivanas
- Se morían de ganas por salir de juerga
- Era su penúltimo día en Madrid

¡¿Que más quieres que te dé, Sandro?!

La noche nos sonreía, nos volvía locos. El plan sería llevarlas a mi casa y que el sr. Azul les aplicase un Menage-a-trois táctico a base de vodka (que era lo que ellas bebían) ya que el resto de nosotros tenía novia. Por supuesto, yo ya planeaba grabarlo todo y subirlo a alguna página de guarrillas para hacerme rico. Siempre he sido muy emprendedor con eso de lucrarme a costa de otros pardillos.

Las Luisas tenían el hotel relativamente cerca pero yo insistí en que vinieran ellas a mi casa. Despues de todo, eran nuestras invitadas y se merecían lo mejor. Aceptaron. Podríamos haberlas descuartizado, ser unos psicópatas o unos peligrosos secuestradores, pero ellas aceptaron. Buda nos estaba haciendo el favor del siglo. Algo malo tenía que ocurrir.

Cuando llegamos a mi casa, las depositamos en la habitación y fuimos a por las copas mientras ellas se ponían cómodas en la cama. El sr. Gruñón temblaba como un flan de huevo y se regodeaba con el plan: primero estaríamos todos de risas y nos iríamos yendo uno por uno hasta que solo quedasen los tres tortolitos. No podía fallar, estaba cantado que algo iba a ocurrir. En el caso de que se negasen, yo cogería a una de ellas y me la llevaría para que al menos hubiese coito entre el sr. Azul y una de las Luisas.
Pero Buda es caprichoso. Lo que te da, te lo quita. Y cuando volvimos a la habitación, ocurrió lo que nadie se esperaba. Las dos se habían quedado fritas en la cama.

Caras de desconcierto se quedarían cortas. Improperios y maldiciones se quedarían cortos. Y la erección... pues claro, desapareció por completo. Dejamos las copas en la mesilla de noche e intentamos consolar al sr. Azul, que se mecía en el suelo con la cara entre las rodillas y las piernas abrazadas en un intento vano de alejar las ganas de llorar.

¿Que podíamos hacer? Pues lo más lógico. Nos bajamos los pantalones y nos hicimos una foto en la ventana, mirando al horizonte, con nuestros culos al aire representando la soledad en el corazón, la impureza del alma impía y los zurraspos que surgen a la mañana siguiente de una cagalera de caballo. Quedó preciosa. Aun recuerdo esa foto, y otras muchas que me horrorizan y me repugnan.

Dimos por acabada la noche. Craso error. Uno de nosotros, no diré cual (no fuí yo) se metió en la cama entre las dos Luisas y bramando cual elefante en celo, dijo que la esperaría en pose sexualmente atractiva hasta la mañana siguiente. Las gabachas iban tan jodidas que no se despertaban ni a bombo y platillo, y el resto, temiéndonos lo peor, salimos de la habitación y cerramos la puerta, no sin antes echar una última ojeada temerosa a la cama. Allí estaban los tres, las mujeres roncando y en postura de ballena envarada en una playa de guijarros y nuestro amigo con los ojos brillantes, desafiantes, en una postura grotesca y de mal gusto, justo entre las dos.

Nos despedimos entre nosotros y nos fuimos a la cama/sofá/retrete a dormir.

Al día siguiente, mi cabeza amenazaba con estallar. No recordaba demasiado en primera instancia, pero lo que habíamos vivido la noche anterior no se olvida facilmente. Los flashes me fueron llegando, cada uno más intenso que el anterior, y me produjeron unas sensaciones de repulsión y morbo incomprensiblemente juntas. Me acerqué a mi habitación, donde me temía encontrar algo feo. Algo muy feo. Y lo ví.

El imbécil que se había metido en la cama con las Luisas estaba solo. Bueno, tal vez no tan solo, pues su cimbrel apuntaba al cielo, emulando la estatua de Colón. Allí están las Indias, parecía decir. No había rastro de las dos mujeres. Supongo que salieron a hurtadillas al despertarse con semejante imagen a sus lados. Habría pagado mucho, muchísimo dinero por ver la expresión de sus caras al encontrarse con semejante ordinariez, pero me temo que nunca sabré que ocurrió en realidad.

Lo que si que es cierto es que podrían haberme desvalijado la casa, y no lo hicieron. Eso siempre quedará para el recuerdo. La honradez y la humildad. Que Buda las bendiga.

Una noche peligrosa, sin duda. Preparé cuatro colacaos y el sr. Azul, el sr. Pitufo, el sr. Gruñón y yo brindamos por la vida, por la victoria, y sobre todo, por saber aceptar una derrota. Uno de ellos aun seguía feliz en el bajovientre. Al igual que lo que nos ocurrió a nosotros, siempre os quedareis con la duda.


De paseo por aquí. XXX.



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