martes, 21 de mayo de 2013

Desde las sombras.

Sombras. El cuarto estaba cubierto de sombras. Sombras alargadas, finas, gruesas, entrecortadas, renqueantes, pavorosas, uniformes. Ella sentía miedo, un miedo que nunca jamás había experimentado, un miedo que le helaba los huesos y le aceleraba el corazón provocándole espamos involuntarios que en silencio maldecía.
Las sombras se extendían hasta donde estaba y no sabía cómo pararlas. Una de ellas extendió un brazo, o lo que parecía un brazo, en un intento de atraparla y de fundirse en su alma para siempre, lo que provocó que de su garganta brotase un pequeño sollozo, el único que se había permitido hasta ahora exhalar. Se apartó con rapidez y saltó de la cama, su isla, su refugio, hasta el oscuro suelo de madera que, astillado, gimió bajo sus pies.
No había forma de escapar. Se acurrucó contra la pared, sin fuerzas de seguir luchando. Su recuerdo le ardía en la piel formando un contrapunto con el helador pánico y el sordo dolor del corazón. Todo estaba perdido.

Las sombras se alzaron. Sólo tres dieron un paso adelante mientras que otras dos reptaron por la cama para asomarse al hueco en el que ella se había refugiado. Distinguió ojos amarillos en sus deformes rostros y terribles garras en sus apéndices. La más grande de todas esbozó lo que parecía una mueca de satisfacción al sentir cómo ella se rendía. Estaba a un palmo de distancia. Cerró los ojos. Ya no sentía miedo.

La oscuridad de la habitación renqueó. Algo disforme se creó en el centro de la estancia disipando todas las sombras menores, que sufrían sin voz la energía que pugnaba por devolverlas a su mundo. Las dos que estaban agazapadas en la cama se estremecieron y sus ojos empezaron a apagarse y sus maltrechos cuerpos se comprimían. Cuando no quedó nada de ellas, la disformidad se abalanzó sobre las tres restantes aullando y desgarrándolas. Todas desaparecieron sin dejar rastro y la habitación quedó en absoluto silencio. Pero la luz aun no había hecho acto de presencia.

Ella abrió los ojos. La disformidad se había ido haciendo más nítida conforme expulsaba a las sombras de la habitación, hasta el punto de dejar que tras su apariencia grotesca se intuyese el rostro y la complexión de un ser humano.

Ella le reconoció enseguida. La luz volvió a la habitación en cuanto sus ojos se encontraron. Se abalanzó sobre la disformidad y la estrechó en un fuerte abrazo, mientras lloraba como hacía años que no lo había hecho. Su corazón volvía a estar completo.

La disformidad aulló de nuevo. Se desvaneció en el aire con ella aun abrazada a su cuerpo, abandonando la habitación para no volver jamás.


-_-_-_-


Este relato es una simple dedicatoria. No espero que guste, pues está dirigido a una persona en concreto.
Sombras, nos veremos en la otra orilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario