viernes, 10 de mayo de 2013

Resolviendo el Teorema (2): Legalmente intrínseco.






Pringles llegó a mi casa a las 08:59 de la mañana del Sábado. Estábamos en la cocina tomándonos unos emparedados de atún y tabasco para mantener nuestras mentes despiertas y nuestro estómago a punto para lanzar heces a Timmy. Esta idea era de Majora, por supuesto, que estaba realmente frustrado. Segun él, la única solución era fecundar al agujero y tras esperar los 9 meses de rigor, disputar la custodia del hijo-puerta, ganarla y ofrecerle al fruto de su vientre a cambio de la libertad de mi monitor. Nos negamos, a si que lo único que se le ocurrió a continuación fue lanzarle caca.

Pringles llegó en un estado lamentable. Su traje tenía arrugas y manchas de ketchup y apestaba a whisky barato. Preferimos no preguntarle.

Se dirigió sin demora a mi nevera y se abrió una lata de cerveza. Segun él, no se gana un juicio sin tener la suerte de los borrachos. Empezó a soltarnos un rollo sobre poderes judiciales, inquisitivos y penales que me daban el derecho de practicar la flagelación con un látigo de 7 cuerdas sobre Timmy si en menos de 23 años no me había pagado el alquiler. La idea era tentadora, pero necesitaba librarme de él de forma lo más rápida posible.

- No os preocupeis pequeños. - Dijo mientras se bebía de dos tragos la octava cerveza y tiraba la lata sobre mi cabeza - Yo me encargo de todo.

Salió de la cocina y se metió en mi cuarto. Nos quedamos en tensión, asomando la cabeza al pasillo, mientras tratábamos de escuchar lo que ocurría. A alguien se le escapó una ventosidad.

Tras 3 horas interminables, Pringles salió de mi habitación con una gran sonrisa en los labios y con el maletín en la mano. Mis esperanzas aumentaron.

- ¿Que ha pasado? - Le pregunté lanzándome a sus brazos y derribándole - ¿Se marchará? ¿Podré volver a usar mi ordenador para no hacer nada productivo?
- ¡Quita, coño! - Me gritó lanzándome contra la mesilla del salón e incorporándose. Se encendió un cigarro y se sentó en el sofá con aire misterioso.
- ¿Te ha dicho algo de mí? - Dijo Majora con un brillo en los ojos - ¿Habrá notado mi cambio de look?
- Callarse to er mundo - Dijo a modo de respuesta Pringles, imitando de manera vergonzosa el acento sevillano - Todo está bajo control.
-¿Entonces? - Preguntamos los tres al unísono

Se produjo un silencio incómodo. Pringles daba las caladas lentas y nos miraba con aire de superioridad. Yo estaba cardiaco.

- He hablado con él. Dice que está muy disgustado con la forma en la que le trataste cuando le conociste. Es un mentiroso, podemos ganar el juicio de manera fácil. Hasta me dijo que le arrojaste basura y cosas encima - Se rió y me miró -¿A que es ridículo?
Dudé un momento.
- Tal vez le tirase alguna cosilla, sí.

Se le cayó el cigarro y se puso pálido.

- Dime que no le tiraste grapadoras.
- Estoo...
- Dime que no le tiraste latas de Coca-cola vacías.
- Estoo...
- Dime que no bailaste una sardana delante de él con la barretina calada.
- Estoo...

Pringles se levantó de un salto y abrió su maletín. Dentro sólo había trozos de pizza, litronas vacías y muestras de colonia de las que te envían por correo. Empezó a berrear y a decir una y otra vez "¡tiene que estar por aquí!" mientras tiraba toda la mierda que tenía acumulada sobre el salón. Me empecé a preocupar.

- ¡Ajá! - Gritó levantándose con un papel arrugado y lleno de manchas de grasa en la mano - Aquí está.
- ¿Que es eso? - Le pregunté acercándome - ¿Una orden de alejamiento? ¿Valdría algo como eso?

Pringles hizo una especie de de gesto despectivo.

- Mis honorarios. Me debes 30.000 leuros.

Me cagué en su padre, en su madre y en su sobrina.

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