-Todavía nos queda tiempo- Le dije
mirándole a los ojos – No hay nada perdido aun.
-De verdad lo crees... eres ridículo-
Me respondió.
-¡¿Entonces que cojones hacemos?! -
Grité con furia - ¿Nos quedamos aquí languideciendo y esperando a
que un milagro nos salve? ¿O luchamos por última vez?
-Me la suda todo ya, tienes que
entenderlo.
-No, no te la suda todo – corté –
Es que eres un jodido cobarde. Y siempre lo has demostrado.
Se levantó de un salto y me agarró
del cuello de mi maltrecha camisa.
-¿Cobarde? ¡¿Cobarde?! - Sus ojos
relucían con furia y su cara era una mueca rabiosa – Te he salvado
el cuello tantas veces que apenas soy capaz de recordarlo. ¿Tu me
llamas cobarde? Estamos así por culpa de esa puta, de esa puta de la
que tu te enamoraste y a la que no te atreviste de rajar cuando
debiste hacerlo... ¡No vuelvas a llamarme cobarde!
Me solté de un manotazo y me lancé
sobre él, tirándole al suelo y apoyando el cañón de mi pistola
sobre su sién.
-¡No vuelvas a llamarle puta! - Grité
con rabia - ¡O te reventaré la cabeza! ¡Y esta vez te juro por lo
mas sagrado que lo haré!
-No te atreverás. - dijo. Se había
quedado tieso al sentir el cañón apoyado en su cabeza. En su rostro
no se asomaba el miedo, pero yo sabía que lo tenía. Era la primera
vez que había logrado sorprenderlo – En el fondo eres un mierdas.
Y has tenido los huevazos de llamarme cobarde... ¡Tú! ¡El pedazo
de capullo del instituto...
-Te lo advierto...
-...que se enamoró de una put...!
Apreté el gatillo.
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