lunes, 11 de marzo de 2013

Antes se me veía la cara.

Se han dicho muchas cosas de mi barba. Supongo que es normal, después de todo, ya que no conozco a nadie que pase de tener la cara como el culo de un bebé a parecer un jodido furby sin levantar admiración, asco, sospechas sobre sexualidad ambigua y/o risa descontrolada por lo tremendamente ridículo que puede parecer.

Yo entiendo que la empleada del Starbucks de marras se sienta intimidada por el individuo que lleva en la cara lo que parece ser una mezcla de pelo púbico y bigotes de ardilla, cuya longitud es inversamente proporcional al lado por el que la mires. Tambien entiendo que no sea fácil identificar su color, pues dependiendo del día que haga y de la luz que me ilumine, varía totalmente con un efecto camaleónico que haría que el más avezado cazador se sintiese ridículo y desconcertado.

Pero joder, que no me voy a afeitar. Llevo desde los quince años arrastrando el trauma del pobre imbécil imberbe y aunque aun no me he repuesto del susto que supuso encontrar un pelo en mi pecho el mes pasado, soy un ser de principios. Y no voy a capitular, esta vez no.

Generalmente me suelo arreglar la barba. Un recorte por allí, el bigote fuera, subimos al entrecejo (no vaya a ser que algun día me deje ciego del todo) y bajamos a las mejillas cuidadosamente. Ese momento crucial que todos los hombres tenemos al acercar la maquinilla eléctrica es mi gran suplicio. Me pego un corte de cojones por el lado derecho, voy a igualar el izquierdo y resulta que la simetría me abandona una vez más.
Y empiezan las rebajas del Corte Inglés. Por mucho que me igualo no se por donde coño empieza el pelo largo y por donde termina el corto. Total, que al final graduo al dos y a tomar por saco. Y lo peor de todo es que cada tres días tengo que repetir la operación, pues la muy jodida se toma la molestia de salir más por un lado que por otro, dándome el aspecto de Bud Spencer por un lado y de Brad Pitt (postureo) por otro.

Despues está el tema "atractivo". Dicen los de Gillette que ellas nos prefieren bien afeitados y que incluso les da morbo vernos lidiar con el espejo cada mañana. Se pueden meter sus teorías por donde les quepa. La barba ayuda a mantener el enigma, a dar rienda suelta a la imaginación de aquellas que aun no se esperan el desastre que se esconde en tu verdadero rostro. ¿Quien sabe que misterios esconderán tan tupidas mejillas? ¿Que es lo que oculta? ¿Caramelos? ¿Heces? ¿Un regalo de cumpleaños?

Amigos míos, recordad bien lo que os voy a decir. Las barbas están infravaloradas, pues aunque tres de cada cuatro las llevemos (esto me lo acabo de inventar) nadie las valora como se merecen. He escuchado odas a las ninfas, sonetos a las flores, baladas a las calles de una ciudad, elegías a la cerveza, oraciones a nuestros santos y minués a la Coca-Cola. Pero jamás nadie ha defendido con pasión, ni hablado con sentimiento de una barba perfectamente formada.

¿Y todo esto a que viene? No lo sé, la verdad. Yo he venido aquí a hablar de mi libro, diría Francisco Umbral. Pero me he emocionado mirándome al espejo cuando iba a lavarme los dientes y me ha llegado el flash de inspiración bendita que tan raramente me llega. En el fondo es una gilipollez, claro...

Despues subiré una entrada más seria. Pero no prometo nada. Si puedo elegir, elijo un interludio. Es más rápido, complejo y no tengo que hacer nada más que un copia-pega. Así soy yo, un barbudo imberbe vago y sin sentido de la propiedad estética.

De nuevo en sus hogares, XXX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario