jueves, 7 de marzo de 2013

La del dedet.

¿Que se puede decir de los viernes que no se haya dicho ya? Son sin duda el peor día de la semana.

¡Como que el peor día de la semana, señor XXX, si es cuando acabamos las clases/trabajo/servicios sociales! ¡Nos acicalamos y salimos a quemar las calles, o nos quedamos disfrutando de una buena siesta en el sofa!

Callaos, coño. Qué sabreis vosotros de la vida. El viernes está maldito, y eso es innegable. Cualquier cosa que pretendas hacer se va a distorsionar, tenlo por seguro. Si quieres descansar, saldrás hasta la muerte. Si quieres salir y bailar hasta el amanecer, no encontrarás plan y entrarás en depresión absoluta. No hay futuro, ni presente, ni pasado en un viernes maldito.

Os tengo que poner en situación. Era un día soleado y frío de principios de Marzo. Me levanté como cada mañana para ir al trabajo, con una sonrisa en la cara y una canción en el corazón (aunque a mí no me ascendieron) y me dispuse a pasar las siguientes 6 horas en una espiral de cansancio y responsabilidad. Se me pasaron volando, como siempre.
Al salir, me dí cuenta de que tenía dos días para estar languideciendo en casa y no hacer absolutamente nada productivo. Mientras volvía a casa, me relamía pensando en mi plan de fin de semana, que consistiría en quedarme en el sofá en gayumbos, con una mano en el mando de la Play y la otra en los huevos, disfrutando de la soledad de mi hogar y alimentándome basicamente de luz, agua (previamente depositada en una botella) y patatas Risi (marca registrada). Lo de mear sería un problema, pero tengo mis triquiñuelas para salir al paso.

El caso es que la historia comienza cuando un par de amigos me instaron a salir de mi madriguera y conocer la vida nocturna de los suburbios de Madrid. Me pidieron anonimato, por lo que a partir de ahora serán conocidos como Sr. Pringles y Sr. Revoloteo. 

Este par de pintorescos caballeros y yo somos los autoproclamados Tres mosqueteros, que compensamos nuestra falta de originalidad con noches que empiezan mal, continuan mal y acaban peor. ¿Que por que nos gustan tanto? Porque siempre hay algo que contar. Tenemos cientos de aventuras a nuestras espaldas y, aunque parezca mentira, los años no pesan cuando nos reunimos. En algunas de las historias faltamos alguno, como en la célebre búsqueda de Las Luisas, pero teniendo sustitutos como el Sr. Gruñón, el Sr. Moreno, el Sr. Cargante, el Sr. Majora... cualquier noche se puede tornar épica.

El caso, que me liaron para salir. Y como viene a ser habitual, el Sr. Fresa se nos unió a nuestra noche improvisada.

El plan pintaba bien. 10 amigas sevillanas para los solteros y 2 botellas de wishky para los casados. Por supuesto, el lugar de reunión era mi célebre batcueva, debido a la ausencia de seres humanos tanto en el piso de arriba como en el de abajo. Música de fondo, copazos, risas... lo típico, 6 jóvenes divirtiéndose.

A eso de las 01:30 empezamos a recoger vasos, botellas vacías y la cubitera de 2 litros que habíamos usado a modo de cubata y nos dispusimos a salir. Nuestro objetivo era un local pijo, pero pijo de cojones. Ahí fue cuando empezamos a vislumbrar nubes en el horizonte. No es que no nos fueran a dejar pasar, es que diréctamente nos iban a azuzar con un palo si nos veían vestidos de semejante guisa. Pero rendirse antes de empezar es de cobardes, a si que ala, nos vamos.

El Sr. Fresa y otros dos del célebre grupo conocido como Borrachos, cogieron el coche, y se dirigieron sin más tardanza hacia el centro de Madrid. Los tres restantes nos fuimos hacia el autobús como chicos responsables.

A partir de aquí, la noche se volvió turbia. Tengo flashes de memoria, pero creo que puedo hacer un croquis de los hechos acaecidos, empezando por el principio:

- Salto de la mediana con doble pirueta y caida de cabeza en estilo libre. El Sr. Pringles creyó convenente atravesar la puta carretera en vez de pasar por el subterráneo, ya que, según él, le daba miedo. Joder, casi se nos abre la crisma. Mientras que el Sr. Revoloteos y yo pasamos sin peligro, con precaución y saltando la mediana de un metro con agilidad, el capullo este se tambaleó y, al grito de "soy una gaviota", realizó el salto del siglo. Resultado: abrazo a la mediana y caida de costado incipiente. Eso si, la sonrisa y el cubata intactos. Maravilloso.

- Interludio: ¿Por qué cojones hemos bajado?. Y aun ni recuerdo la razón. El L10 nos dejaba en Gregorio Marañón, nuestro objetivo principal, y en un momento nos encontramos por Tribunal haciendo eses y preguntándonos por el sentido de la vida y sobre la estrechez de una vegiga al estar moña. Ante la duda, me inclino a pensar que fuí yo el instigador. Total, que volvimos al autobús. Ridículo.

- Si no se puede en el cielo, probemos en el infierno. A pesar de todos sus esfuerzos, el comando Borrachos no pudo entrar en el garito pijo de marras. Recordemos que se habían ido en coche. Pues nada, a probar en otro sitio. Nos reunimos con ellos en la entrada del siguiente local, con tan buena fortuna que pudimos colarnos y colocarnos muy cerca de los gorilas. Al final, de 10 sevillanas nada, como siempre. El Sr. Fresa debería de aprender a contar (claro, que a mi la verdad es que me es indiferente, por supuesto).
Pero claro, la noche era turbia, y los astros se habían alineado para darnos bien por detrás, a si que la entrada no era permitida para menores de 23 años. Dilema. Ni al Sr. Pringles ni a uno de los Borrachos les iban a dejar pasar. Así que huimos de la fila como alma que lleva al diablo, pues aunque el Sr. Fresa y dos amigas suyas iban a pasar, a mi pagar 15 euros y no estar todos juntos me duele en el bolsillo. Por lo tanto, los que entraron al local y los que no quedamos a las 06:00, ya que nosotros encontramos nuestro siguiente objetivo: Casavieja.

- Quien tenga rabo que se lo proteja. Antro absoluto. Entramos porque era gratis y porque el nombre nos traía recuerdos de nuestra infancia, pero, como siempre, si es gratis, algo malo tiene.
Pues en el fondo me gustó. Copas caras y de garrafón, música popera guarra y sin sustancia, pequeño y claustrofóbico, baño inundado de vómito, orín y sudor... el paraiso. Unos bailoteos, unas escapadas fuera a por el cigarrito de rigor, unos vaciles a la pobre imbécil cuya amiga ha dejado sola... en fin, lo clásico de una noche peligrosa. Llegaron las 05:30 y cerraron, con un final épico de "Un beso y una flor" de Nino Bravo. Lamentable el vídeo.

- La del dedet. A partir de aquí, ya no recuerdo prácticamente nada. Sé que estuve a punto de morir por culpa de un ataque de risa, provocado por uno de los célebres discursos hitlerianos del Sr. Pringles. No es la primera vez que me había pasado, pues recuerdo una infame noche de verano en la que me arrastraba por el suelo con la voz del cabronazo este persiguiéndome y retumbando en mi cabeza. Aun me da la flojera cuando lo recuerdo.
El Sr. Revoloteos, cuya risa perruna es adorable, no ayudaba en absoluto. En vez de pararle, le instigaba refutando la ya célebre teoría del dedete.
Esta maravillosa teoría consiste en dos fases: ¿Que te vas? ¡Pues te atraigo!. No pienso extenderme más, que cada uno saque sus propias conclusiones. Esto es un blog muy fino y no me sale de los cojones ponerme ahora a soltar burradas.
El caso es que me dio tal ataque de risa que acabé acurrucado en un árbol suplicando clemencia. No la hubo. El Sr. Pringles seguía, orgulloso, con el dedo alzado y con una postura tan autoritaria que habría sacado los colores al mismísimo Fhürer, mientras que el Sr. Revoloteos refutaba sus argumentos con insultos, descalificaciones y pasos de baile al más puro estilo David Bisbal (aclaro que el Sr. Revoloteos es corista suyo, para el que no lo sepa).

- Volviendo a casa. No recuerdo casi nada más. Mi mente había asimilado demasiadas imágenes grotescas esa noche y supongo que necesitaba desconectar. Me pasé de parada, claro, y me tocó ir a pata por un camino oscuro y asqueroso. Me podrían haber dejado en gayumbos sin enterarme, pero logré llegar a casa. De una pieza. La calle de los gitanos se me antojó eterna, ya que es curva y jamás se vé el final hasta que estás en él. Pero claro, eso ya son gajes del oficio.


Y eso fue todo. Así es como logro exprimir yo una noche de mierda y en la que no hay nada, pero absolutamente NADA destacable. Así es como lo hacemos, sacamos una noche mítica donde hay una gran boñiga reseca por el sol de Junio. Por eso me encantan los viernes, porque aunque las cosas jamás te salgan bien, siempre acabas haciendo algo inesperado. Romper con la rutina, lo llamaran algunos. Yo prefiero el término disfrutar de lo que pase, y que le jodan al plan establecido.


Desde un estado de drogadicción, XXX.

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