miércoles, 15 de julio de 2015

Campamento Jille (1): Un tipo normal.

Yo era un tipo normal y corriente.

Pagaba mis facturas, iba al Mercadona, me sentaba en el mismo sitio de mi bar favorito todas las mañana del Sábado a leer el Marca. No tenía aspiraciones reales, no sabía a donde me iba a llevar la vida... ni me importaba.
Estaba en un estado de neutralidad moral constante. Mi caca olía igual de mal que la del resto de los seres humanos, pero no usaba Brisse un toque. Me molestaba la suciedad de las uñas tras andar en chanclas por el barro, pero no me las limpiaba a conciencia. Me jodía que mi equipo perdiese la Champions League, pero no armaba un alboroto por ello.

Mis compañeros de trabajo me llamaban El Seta. Podría ser un buen pseudónimo para referirme a mí mismo mientras dure este relato. Así que diríjanse a mi como Seta. Es un buen nombre. Me definía a la perfección. Seta. Seta...

¿Es acaso algo grave, se preguntarán, el estar en un estado de apatía constante? Bueno, la respuesta lógica sería no, en el caso de que la felicidad me acompañase. Y puede que tengan razón. Es más, la tendrían si no me hubiese enamorado.

Verán, yo no tenía ninguna inquietud, como ya he dicho anteriormente... y cuando digo ninguna, es ninguna. Desde que nací, siempre había sido correcto y señorial. Nada de alcohol, nada de palabrotas, nada de eructos ni pedos en la vía pública, nada de drogas, nada de sexo interracial, nada de pornografía... nada. Cualquier cosa que me acercase al caos era para mí un peligro constante, y como tal, lo evitaba a toda costa.

Entonces llegó ella.

Mi empresa, una gran multinacional que se dedicaba a realizar OPAs hostiles a toda PYME que renqueaba lo más mínimo, acogía todos los veranos a estudiantes sedientos de ser apaleados con becas abusivas y de escasa utilidad para el futuro. Yo, el Seta, era el encargado de acoger a dichos estudiantes y explicarles los pormenores de sus tareas, que iban desde limpiar retretes a hacerles el trabajo a los más vagos de la oficina sin cobrar un duro por ello.

Tenía entonces 25 años... y la juventud empezaba a escapárseme por las manos. Lo sentía en mis carnes, y no creo que me hubiese importado jamás... hasta que la ví.

Era preciosa, amigos míos, completamente preciosa. Iba enfundada en un vestido veraniego blanco de corte evasé con vuelos rosas a los lados y un pequeño cuello florar¡l del mismo color. De su cuello pendía una perla azulada, enmarcada con pétalos de jazmín plateados. Una pulsera de Uno de 50 se abrazaba a su muñeca como si formase parte de su brazo. Sus zapatos, unos zapatos Mascaró de tipo Heidi con tela estampada arabesca cubiertos de pailettes transparentes. Divinos.
Todo esto envolvía a una joven delgada y esbelta, de un metro setenta a ojo. Cada vez que daba un paso, debía de sentir todas las miradas de todos los ojos que había en la oficina.

Pero he de decir que no fue su forma de vestir lo que me quitó el aliento, ni su talle... sino su rostro. Una carita dulce, unos pómulos tan increibles que parecía que se los había moldeado el mismísimo Buda. Sus ojos, azules verdosos, brillantes y limpios. Sus labios eran perfectos, ni finos ni gruesos, y cubrían la hilera de dientes más recta y blanca que he visto jamás. Cada vez que sonreía, provocaba infartos.
Por último estaba su pelo. Una cabellera morena, lisa y recta, moderna, casi al estilo Bob pero sin entrar en florituras.

Pues bien amigos, esa chica se presentó en mi mesa, junto con otros 5 chavales de los que no recuerdo ni el nombre, ansiosa de empezar a trabajar. Con las piernas temblando, les llevé a sus puestos y les expliqué en que iba a consistir sus prácticas. Ella no dejó de mirarme en todo el tiempo y cada vez que nuestros ojos se cruzaban, una sonrisa asomaba su rostro. Yo debía de estar rojo como un tomate pues no dejaba de sentir un fuerte ardor en el rostro. Sudaba como un endemoniado. Al terminar de explicarles el planning de actuación, no sabía si sentirme aliviado o frustrado. Me volví a mi mesa girando la cabeza una y otra vez, tropezando con gente por el camino. Ella no se volvió ni una sola vez. Depresión.

Me pasé el resto de la mañana sin poder concentrarme en mi trabajo, cosa que consideraba imposible hasta aquel momento. Me decidí, entonces, a salir a la calle a tomar un poco el aire. Normalmente iba con algunos compañeros de trabajo a comer al bulevar de al lado de la oficina, pero en esa ocasión quería estar solo. Pero todo se truncó. Al salir por la escalera de incendios, evitando los ascensores y las interrogativas de mis iguales, me dí de bruces con ella.

Estaba repantingada en la pared fumándose un cigarro. Me miró de nuevo, con esos increibles ojos. Yo me quedé paralizado, sin saber como reaccionar.
Ella, sin ningún tipo de recato, dirigió su mano libre a sus partes íntimas y empezó a rascarse con vigor.

- Manda cojones lo que me pica er shishi hoy, compae. - Dijo con su dulce voz. - El cabroncete de anoche me ha debío pegar argo.

No sabía que decir ante tal demostración de vulgaridad. Abrí los ojos como platos al vislumbrar entre sus dedos a Dora la Exploradora, que me sonreía desde su zona genital como una macabra burla al personaje de dibujos infantil.

- Masho, pero dí argo. Que paece que no has visto a una pava en toa tu putta vida. - Se rió de forma cantarina.

- Esto... disculpa, pero es que dentro de las instalaciones no se puede fumar. - Dije amablemente - Lo mejor sería que apagases el cigarro antes de que...

- Manda huevos, como sois los ejecutas tronch. - Se burló - Entre pervertíos y panolis aquí podeis montar un circo bestias chacho. Oye, tú no te chives y aquí toos contentos, ¿eh? Que ya veo en tus ojos que me quieres tú eshar un polvo. Pues mira, no tas de mal ver, no...vamos a tener que arreglarlo. Tú ve bajando y esperame en los contenedores, que no será que se diga que yo caliento la comía y luego no me la como.

- Eh.. yo... ¿perdón? Creo que no ent...

- ¡Que bajes ya, chalao! ¡Que ahorita mismo te voy a hacer tocah el cielo! - Gritó - Será parao el tipejo este...

Bajé las escaleras corriendo, de dos en dos, hasta llegar al callejón de salida. Era una zona estrecha, lo justo para que cupiesen 4 personas, nada más. Los contenedores estaban a la entrada para permitir el acceso a los funcionarios de limpieza pública. Hacia el interior se iba haciendo más oscuro. Es allí donde esperé a la mujer de mis sueños.

Mis pensamientos volaban a toda velocidad por mi mente. Es una locura, es un desproposito, como puede hablar tan mal... y como es posible que sienta tanta atracción. Más aún que esta mañana... que me está pasando, yo no soy así. Esto no va conmigo... si mis padres me viesen les iba a dar un ataque...

- ¡Ande andas compi! - Chilló la chica desde la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.

Me acerqué echo un flan. Ella me miraba con una sonrisa traviesa mientras se frotaba las manos. Al estar a su altura, me empujó contra el contenedor y me bajó los pantalones con una brutalidad que el cinturón de mi traje se rompió por la zona de la hebilla.

- A ver que guarda el nene aquí... - Canturreó.

"No, por Buda, no, esto no es posible, que me está pasando, que alguien la pare... que nadie la pare... ¡Que hago, que hago!"

- Ejem... tío... ¡QUE NO SE TE PONE DURA! ¿¡ME ESTÁS TOMANDO EL PELO O QUÉ!?

- P-p-p-p... perdona, yo... es q-q-q...que estoy nervioso y...

- ¿¡Y A MI QUE COJONES ME IMPORTA NOTAS!? ¡ES LA PRIMERA VEZ QUE ME PASA ESTO! Ay la madre que te parió... a mí con tonterías, que una vez se la hice que le creciese el cimbrel a un eunuco... ¡QUE A MÍ LA IGLESIA ME QUERÍA CONTRATAR PARA REVERTIR A LOS MARICAS! ¡HIJO PUTA!

Se levantó, no sin antes decirme que se quedaba mis gayumbos como trofeo y que hasta que no "le echase un polvo bien echado" no me los iba a devolver.

- Y ojo, que paeso me tengo que correr... y tú no sabes lo jodío que es eso, mangante de los cojones. Así que más te vale espabilar, atontao.

Y cerró la puerta con un portazo. Me deslicé por el contenedor hasta el suelo, con las lágrimas amenazando con bañar mi rostro.

No se cuanto tiempo estuve allí, pero era de noche cuando me levanté, me subí los pantalones y me dispuse a salir del callejón. Al pasar por el lado del segundo contenedor, oí un rumor que provenía de él. Extrañado, acerqué mi oido a la tapa.

- ¿Cansado de esta situación? - Murmuró una vocecita.

- Sí. - Respondí sin pensarlo.

La tapa se abrió con un estruendo. De su interior salieron fuegos artificiales, mezclados con basura. heces, ratas y un mendigo que voló por encima del edificio.

- ¡¡RECORCHOLIS!! - Berreé como una oveja a la que van a trasquilar por primera vez, y me caí de culo al suelo, chocando mi cabeza contra el edificio y dejándome medio atontado.

- Una gran noche, ¿no es cierto, amigo mío? - Dijo un hombre saliendo del contenedor con agilidad. Tenía un fuerte acento alemán. Lo veía todo borroso, así que no alcancé a ver sus rasgos faciales. Pero me pareció notar un bigote en su labio superior.

- Auch... me duele la cabeza... ¿Q.. Quien es usted?

- Ah, quien soy yo... quien sabe... eso tendrás que descubrirlo tu mismo, granujilla. Has ganado 3 meses gratuitos en el Campamento Jille, así que empieza a pedir esas vacaciones que todos sabemos que nunca has solicitado y ven el 20 de Junio al andén siete y dos tercios de la estación de Atocha.

- Oiga... no sé de que habla... Buda, esto tiene que ser causa del shock por el golpe...

- Mira, macho, yo me tengo que ir largando que con todo el estruendo va a venir la bofia y estoy en búsqueda y captura. Te dejo el folleto y ya me contarás en el Campamento. ¡Ta luego!

Y desapareció con un crujido.

Tras semejante visión del inframundo, me arrastré como pude hacia la calle principal y pedí un taxi. Al llegar a casa, me tumbé como pude en la cama, con la ropa puesta. Con los ojillos medio cerrados, miré el reloj-calendario de mi cómoda. Eran las 23:59 del lunes, 18 de Junio.

Me dormí con el folleto aún en la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario