Vas por la calle asfixiándote de calor, vestido con bermudas, chanclas y camiseta de tirantes, con tus sobacos tan húmedos que el más mínimo movimiento de brazos hacia atrás o hacia adelante producen el conocido "efecto aspersor" sobre los transeuntes que pueblan la calle.
Eso sí, tus gafas de sol telescópicas te permiten observar a las féminas que, haciendo ala de un aplomo y unas ansias de enseñar muslo acojonantes, deciden que vestidas con una servilleta van más que sobradas para sacar a pasear al perro. No nos quejamos, señoras.
Es una estación de contrastes. Las juergas se multiplican hasta altas horas de la noche en la calle. No hace falta entrar a agobiarte a ningún local, eres autosuficiente con un gorrito del Coco Loco y un cubalibre de Larios en la mano. Pero por otra parte, la cantidad de críos/pasados/gilipollas por metro cuadrado se multiplica por 100, produciéndote una sensación de malestar y de estreñimiento crónico.
Pero no se limita a las juergas el contraste, ni tampoco al sexo, la drogadicción, el calor o el ácido nítrico. El ambiente veraniego va mucho más allá. Nos impide ser nosotros mismos y nos convierte en seres vagos, incultos, con frente plana y un exceso de personalidad y sentido del humor que haría que el mismísimo Adolf se revolviese en su tumba y convocase una horda de Zombies Nazis (se han hecho varias películas sobre este fenómeno. Es REAL) que nos intentasen dar matarile con sus bayonetas oxidadas y sus dientes afilados debido al desgaste de la putrefacción bajo la tierra. Eso sí, el parche de las SS reluciente en su sitio. Dadme una cámara y os consigo un Oscar, hijos de puta.
El verano, os diré, es una mierda. Pero tiene sus ventajas. Demasiadas ventajas como para poder criticarlo como a mí me gusta (lo que viene a ser en estado pojarcor). Por lo tanto, no tengo más remedio que ceder a la opinión pública de que esta época del año nos viene bien a todos. Los seres de secano (usease, mesetarios) y los seres de playa (usease, el resto) se unen por primera y última vez en el año para disfrutar de las delicias de la playa de Madrid (usease, Gandía) y encontrar el Nirvana a base de drogas duras, blandas y de diversos tamaños y colores.
Nos convertimos en una etnia multicultural, repartida en diversas zonas. Los germanos conquistan Mallorca, los anglosajones Benidorm, los neerlandeses Salou, los gabachos Andalucía, los asiáticos Madrid y los catalanes Catalunya.
En definitiva, y con esto ya acabo (es verano, llevo sin actualizar entrada casi un mes y estoy vago), que lo mejor que tiene el verano es que lo odies o lo ames no deja indiferente a nadie. Bueno, excepto al chino de Tribunal que te vende las selivesas a un eulo. Y en Yonkilata. Menudo chollazo. El cabroncete no cambiará la cara de pasmao que tiene, pero sabe hacer negocios. Normal que nos estén conquistando.
Pasad unas infelices vacaciones. XXX
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